Dos cosas
No soy ni mucho menos el prototipo perfecto de hombre, de hecho no considero ser ni el modelo a seguir para prácticamente nada. Pero, ya sea por usar las palabras adecuadas, por las clases de salsa mal aprendidas o por el veneno líquido ese, con sonrisa de camarera falsamente incluida y que venden escandalosamente caro (tanto el alcohol como la sonrisa, aunque eso es otra historia), Cristina accedió a volver a ir a cenar conmigo dentro de un par de lunas.
Quizá el cóctel servido con los ingredientes de las líneas anteriores sacaran a la luz esos instintos tan básicos que nos guardamos para no sabemos bien qué o quién.
De camino a recogerla, recordé algo curioso: hacía mucho tiempo, de pequeño, me sorprendía la sensación de los nervios mordiéndome el intestino llevando a cabo tan caballerosa tarea, ahora bastantes años después, la única sensación incómoda que tengo ahora mismo no está detrás de mi ombligo precisamente.
Apoyado en la puerta del copiloto, el firme repiqueteo de los tacones contra la acera anunciaba que allí llegaba ella, saliendo por la puerta de su pisito de soltera, iluminada por los faros de mi coche cual estrella de cine.
Su mirada custodiada por unos ojos negros como el resto de la noche donde no alcanzaban los focos del plató improvisado, un vestido negro que no dejaba ningún recoveco a la imaginación, la cual se me quedo viajando por esa autopista de curvas peligrosas, hasta que me detuvieron en seco en el peaje de unos labios rojo-fuego que más tarde descubriría que se escondían unos besos sin control ni freno, pero que ahora se acercaban peligrosamente a mi mejilla izquierda donde recibí la primera sanción de su comisura.
Llámame clásico, bobo, anticuado… o simplemente idiota, pero yo sigo abriendo las puertas a la gente, por educación, solo por ello y tú que lees esto puede que te sorprendas, pero ni de lejos tanto como a ellas, atónitas, extrañadas, agradecidas.
Parece un gesto en extinción. Sin embargo, siempre descubres una reacción nueva a tal simple gesto que, acabo replanteándome si estoy equivocado al hacerlo, ya que por la conversa que suele seguir, nadie lo suele hacer, pero siempre se les escapa una sonrisa que no tenían ensayada y esa primera sonrisa no tiene precio.
La riquísima cena y el vino blanco con nombre de un cuadrúpedo pero de color verde, son el prólogo del contrato de esa noche, donde cada uno saca su mejor versión de sí mismo, o eso haría yo si tuviese una mejor versión de mi mismo, lo que ves es lo que hay y a ella parece gustarle, aunque a su pie izquierdo más que a su propietaria, ya que no se preocupa por el zapato de tacón que lo acompañaba en la carretera que lo llevo a acariciar mi gemelo, se sube un poco el vestido rápidamente dejando ver su muslo color caramelo para permitirse poder seguir subiendo su pie hasta mi ingle, pero en una deliciosa tortura bien planeada el juego termina cuando el camarero trae la cuenta.
Supe dos cosas en ese instante, que no esperaríamos a que volviera el cambio y que al nuevo destino donde nos dirigíamos se nos harían cortos los siete pecados esos de los que todo el mundo habla, pero que todos morimos por cometerlos alguna vez con alguien.
ByJG
Descubre más desde By Jack Gable
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.